En España hay 187 faros levantados para guiar a los barcos en la noche y en la mar. Son un pedazo de civilización en esa interfaz donde chocan las fuerzas de la naturaleza: el agua y la tierra, la brisa y las olas, el sol y la sal. Además de toda la nostálgica mitología alrededor de la profesión del farero, que ya no es lo que era.
El Faro de Cabo de Gata es el punto donde la costa española pega un giro para mirar al Sur en vez de al Este es el cabo de Gata, una esquina peninsular que ha sido punto de referencia marítimo desde tiempos de los romanos y los fenicios. El faro, que solo mide 18 metros pero que se asoma a un acantilado de 50, se construyó en tiempos más recientes, en 1863, sobre las ruinas de un castillo defensivo, para alertar de la proximidad de la Laja del Cabo, un peligroso arrecife a 800 metros de la costa que ha causado numerosos naufragios a lo largo de la historia. En torno al faro se despliega el agreste Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, con su paisaje entre desértico y marciano (no en vano es uno de los lugares más áridos de Europa) poblado por 1.000 especies vegetales y 250 marinas.
Hasta aquí vino John Lennon a filmar una película, entre medias escribió Strawberry fields forever. En aquel viaje del malogrado beatle de las gafas redondas se inspiró David Trueba para rodar Vivir es fácil con los ojos cerrados, en la misma zona. Al lado del faro se encuentra el mirador de las Sirenas desde donde, además de otro arrecife, resto de una antigua chimenea volcánica, se avistaban mitológicas sirenas que, probablemente, eran focas monje ya desaparecidas del entorno. Cerca están la playa del Corralete y la Cala Rajá, de acceso complicado. A un buen trecho, pero aún dentro del parque natural, se encuentra un hito de la historia universal de la infamia ecológica: el hotel del Algarrobico, que duerme el sueño del tiempo sin terminar (también sin demoler) y convertido en uno de los mayores escándalos urbanísticos del país.